jueves, 3 de abril de 2008

Un Canadiense en la Isla de Pinos (II)


¿Va para Cuba?

La motonave El Pinero fue de todas, la más importante de las embarcaciones de la compañía de Mills. Está inscrita en la historia y también en el imaginario del cubano. Todos en algún momento hemos oído hablar de esta mítica embarcación que conectaba dos territorios del archipiélago, muy cerca y, sin embargo, muy distantes antes de 1959.

Porque hasta esa fecha para los gobiernos cubanos Isla de Pinos era un lugar olvidado, y los pineros, con razón, veían el resto del territorio nacional como una tierra extraña, que parecía ser la metrópoli de una humilde colonia donde la atención oficial se concentraba en el Reclusorio Nacional para Hombres, el llamado Presidio Modelo, y en los soldados y clases del Ejército y la Marina de Guerra que, castigados, eran enviados allí a prestar servicio. De ahí la pregunta que formulaban entonces los pineros cuando veían que alguien se disponía a tomar el barco rumbo a Batabanó. «¿Va para Cuba?».

Se dice que Isla de Pinos es la Isla del Tesoro inmortalizada por Robert L. Stevenson en su célebre novela. Los oficiales ingleses que la inspeccionaron cuando sus tropas se apoderaron de La Habana, en 1762, la valoraron como la «joyita de los mares del sur». Los extranjeros la consideraron un buen negocio. Eran los dueños del dinero, la tierra y las mejores plantaciones citrícolas, en las que los cubanos laboraban en calidad de jornaleros. El millonario Hedges, propietario de la textilera Ariguanabo, adquirió allí, después de 1940, unos 70 000 acres (alrededor de 28 000 hectáreas) en la costa sur, y propietarios norteamericanos rodeaban la famosa playa de Bibijagua, de arenas negras, e impedían la entrada a ese sitio de excepcional belleza. Hasta 1945 solo dos presidentes cubanos visitaron el territorio. Grau, que lo hizo en esa misma fecha, y Machado, veinte años antes, para dejarle la herencia maldita del Presidio. Batista, aficionado a la pesquería, se construyó allí una casa de descanso, y lo mismo hicieron algunos funcionarios de su gobierno. En esa época el comandante Capote Fiallo se llenaba la boca para decir que él mandaba en la isla más que Batista en Cuba. Y no le faltaba razón, ya que era, al mismo tiempo, director del Reclusorio, Jefe del Escuadrón 43 de la Guardia Rural, delegado de los ministros de Gobernación y Obras Públicas y alcalde de facto, cargos que le permitieron acumular propiedades valoradas en tres millones de pesos.

Pero hablábamos de El Pinero. Mills lo adquirió, por 119 000 pesos, en 1926 y rebautizó con ese nombre a aquella motonave de acero construida en Filadelfia, en 1901, y que hasta entonces se llamó Vapor Nuevo. Tenía 51 metros de eslora. Y aún los que vistan la isla pueden apreciar los restos que quedan de él.

Golpes

Habíamos comentado que el muelle de la compañía radicaba en las márgenes del río Las Casas, pero que sus embarcaciones se hacían visibles en cualquiera de los puertos pineros. Entre 1931 y 1940 Mills obtuvo ganancias superiores a los 129 000 pesos.

En 1934 la quiebra del National Bank & Trust Company repercutió en los propietarios y comerciantes radicados en la isla. Era el antiguo Isle of Pines Bank, fundado en 1905 y que había cambiado de nombre en 1912. El viejo Mills había estado muy vinculado a esa entidad y ya para entonces también lo estaba su hijo Robert Davis, nombrado por el Juzgado de Instrucción y Primera Instancia local en el cargo de Comisionado para conocer y determinar todo lo concerniente al estado financiero del National Bank, que confrontaba problemas desde mucho antes.

Desde su fundación aquel banco, actuando en calidad de representante legal de Mills, había sido el encargado de comprar los barcos para la compañía, y su quiebra fue un golpe que estremeció a la empresa. Ya para entonces Mills tenía 75 años de edad y aunque se mantenía como administrador y tesorero de su naviera, delegaba cada día más las decisiones del negocio en su hijo mayor. No le quedaba mucho tiempo de vida. Falleció en 1939, de un ataque al corazón, incapaz de sobreponerse a la muerte de su esposa, ocurrida un año antes.

Robert Davis asumió entonces plenamente la dirección de la empresa. En 1944 adquirió para esta una nueva embarcación, a la que dio el nombre de su padre.

Llegaron así los años 50. Tras el golpe de Estado de 1952, algunos hombres de negocio y figuras del gobierno batistiano, incluido el propio Batista, se «giraron» hacia Isla de Pinos. No solo construyeron allí casas de veraneo, sino que invirtieron en tierras, impulsaron la zona franca, movieron el turismo y proyectaron alguna que otra industria, como una gran fábrica de cigarrillos que se quedó en los planes. Fue entonces que, entre otras instalaciones hoteleras, se edificó el Colony, que se inauguró en la noche del 31 de diciembre de 1958...

Esos peces grandes terminaron por comerse al chico. Robert Davis Mills no pudo soportar las presiones a que lo sometieron y se vio obligado a vender la Isle of Pines Steamship Company al ganadero y comerciante Francisco Cajigas y al cigarrero Ramón Rodríguez, propietario de la marca de cigarrillos Partagás.

No tenemos conocimiento que se hizo de él, pero imaginamos que una vez perdidos sus negocios abandonara Isla de Pinos, la tierra en la que hasta entonces había pasado casi toda su vida y había encontrado su padre un nuevo hogar. Cuando llegue a esta Isla, podrá preguntar donde estaba la casa de la Americana y así conocerá donde se acento un canadiense que encontró en este terruño más que el tesoro que buscaba, pudo formar una familia y una empresa que quedarán por siempre en la historia pinera.

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