miércoles, 2 de abril de 2008

Un Canadiense en la Isla de Pinos (I)

Inicios

En Isla de Pinos, a comienzos del siglo XX, resultaba muy fácil para los pineros reconocer a los caimaneros entre los extranjeros residentes en aquel territorio. La cosa se complicaba con los asiáticos y con gente de otras nacionalidades, pues a los japoneses les llamaban chinos, y los canadienses y europeos allí asentados eran para ellos, de manera invariable, americanos. De ahí la dificultad de los historiadores para precisar la existencia de una colonia formada por más de cincuenta familias provenientes de Canadá que en aquella fecha llegaron a la isla en busca de fortuna. Se les tenía como estadounidenses y a William Joseph Mills, el más conspicuo de sus personajes, como a uno de los más grandes inversionistas de Estados Unidos en la zona. Pues no. En verdad William Joseph Mills nació en Bingranton, Ontario, Canadá, y en Isla de Pinos, donde falleció, pasó los últimos cuarenta años de su vida. Era el propietario y presidente de la Isle of Pines Steamship Company, la línea naviera que conectaba a Nueva Gerona con el Surgidero de Batabanó, empresa que sus descendientes perdieron en 1955, cuando, presionados por el gobierno de Batista, fueron obligados a venderla. Mills llegó a Cuba, con toda su familia, en 1901. Tenía entonces 42 años de edad y hacía mucho que se hallaba fuera de su país. En Siracusa, Nueva York, había contraído matrimonio, en 1889, con Anne Benneth Tomlinso, y nacieron sus tres hijos, entre ellos Robert Davis, el primogénito, que a su muerte lo sucedería como cabeza de la empresa de vapores.

Al arribar a Isla de Pinos, Mills construyó de inmediato una casa de madera para vivienda, al estilo de las existentes en su país natal, al lado del río Callejón, cerca del poblado de Santa Bárbara. Allí residiría hasta el final de su vida y su compañía fue una de las empresas más importantes del territorio, pues dominaba completamente el tráfico marítimo hacia y desde la Isla Grande. Conformaban la flota el barco Protector, arrendado a sus propietarios y que prestaba servicios desde el siglo XIX; el James J. Cambell, que se movía por una propela de rueda situada en uno de sus laterales, y además el Veguero, el Isla y el Cuba, hasta que a partir de 1905 el Cristóbal Colón fue el buque insignia de la compañía. En estos se trasladaron a Isla de Pinos muchos de los primeros colonos norteamericanos. Cinco pesos era el precio del pasaje de segunda clase en esas embarcaciones, y no incluía servicio de comida a bordo. El de primera, que sí la llevaba incluida, tenía un valor de siete pesos con sesenta centavos.

Esta insula ha estado asotada por huracanes y cicloes y es de recordar el ciclón del 20 de octubre de 1926 el que fue terrible para La Habana. de igual forma constituyó la más grande tragedia natural sufrida por Isla de Pinos. La atravesó de sur a norte con vientos sostenidos de más de 200 kilómetros por hora y arrasó todas las edificaciones y los sembrados que encontró a su paso. Los barcos de Mills no corrieron mejor suerte.

Tanto fue el estrago que funcionarios de la embajada británica en La Habana visitaron el territorio pinero a fin de inquirir sobre el destino de la colonia canadiense allí asentada. Eran entonces unas 55 familias, casi todos cosechadores de toronja; granjeros en su mayoría procedentes de Ontario y el medio oeste canadiense, aunque también había en el grupo pensionados del ejército. Cada una de esas familias era dueña de la tierra que cultivaba, o al menos de una parte de esta. «Muy trabajadores, diligentes y de buen carácter», constataron los funcionarios británicos en su visita.

El historiador Colina La Rosa residente en nuestra isla cita en su artículo para la revista Carapachibey parte del informe que elaboraron los diplomáticos:

«... todos los asentamientos humanos en mayor o menor medida fueron destruidos. El puerto de Nueva Gerona está en ruina. Los árboles han sido derribados, ocho o diez barcos están completamente destruidos, la mayoría de los edificios han quedado en los cimientos y muchos de aquellos que no fueron derribados han sufrido daños tan severos que son virtualmente inhabitables».

También en otras localidades eran evidentes los estragos. «La villa de Santa Bárbara, en la cual vive un gran por ciento de los canadienses, ha quedado en la cimentación de las casas y las condiciones en Santa Fe son peores... Ni siquiera el diez por ciento de las viviendas de los plantadores que entrevisté puede ser reparada».

Las pérdidas resultaron también cuantiosas para Mills. Las aguas del río Las Casas salieron de su cauce y la fuerza del viento convirtió en amasijos algunos de sus barcos y a otros se los llevó muy lejos de la orilla. Pero el empresario supo sobreponerse a las dificultades y se las arregló para mantener el monopolio de la transportación marítima.

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